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viernes, 9 de noviembre de 2012

CAFÉ BAR FLAMENCO, CÁDIZ, 2001-2013

























ARTÍCULO DEL PERIÓDICO  "EL INDEPENDIENTE DE CÁDIZ"


http://www.indecadiz.com/los-huerfanos-del-bar-flamenco/

Los huérfanos del Bar Flamenco

El sol y la luna echan de menos muchas miradas fieles desde el pasado 23 de junio, día en el que cerró sus puertas, tras 17 años de especialización en todo tipo de puestas, el mítico local del paseo marítimo de la capital gaditana. Este fin de semana vuelven a abrirse esas puertas tan transitadas. Lo harán otras manos, otra llave. Y atrás quedarán muchos recuerdos.





“Era mucho más que un bar porque la gente no sólo iba a beber. Allí se daban encuentros ocasionales y no ocasionales, se apostaba por la buena música, el arte, las conversaciones… creo que éramos el único bar de Cádiz sin televisión. Fuimos precursores en ofertar un mundo de sabores a través del té, se hacían continuamente exposiciones de cuadros, una ineludible comida de Navidad cada año… Era un hogar. A veces más de uno, incluso algún indigente, acababa durmiendo en casa. Muchos se citaban en la terraza un día sí y otro también para ver las impresionantes puestas de sol”, resume Adolfo Barra echando un vistazo por los espejos retrovisores de la vida.
¿Los motivos del traspaso? Sobran, que diría Joaquín Sabina. “Un sesenta por ciento se debe a motivos personales, creo que había que inyectar nuevas ideas y no me veía con fuerzas para hacer lo que hice cuando tenía 27 años. Y un cuarenta por ciento responde a motivos económicos. Últimamente se habían bajado mucho los ingresos porque la gente lo está pasando mal y ya no pide copas. Las bebidas con mayor grado de alcohol han perdido mucho fuelle con la crisis y había subido la venta de cervezas en dos barriles. El bar funcionaba, pero era una historia reactivarlo, volver a empezar… Además, cuando el Cádiz era el Cádiz siempre estábamos llenos los días de partido. Ahora, con tanta Segunda División B, la crisis del fútbol, apenas se veían camisetas amarillas dentro y fuera del bar”, explica Adolfo sacando poco a poco la cabeza a la superficie. “Son muchos años detrás de una barra, que parece que estaba condenado a ello por mi primer apellido, y ahora voy a descansar un poco y a actualizarme… tengo que ponerme las pilas en lo que se refiere a nuevas tecnologías y nuevas formas de negocio”, se dice en voz alta.
“El Flamenco viene del M-16, un bar con mucha vida nocturna y alternativa”, recuerda Adolfo. “Con los años ves que la noche cambia. Ya sólo me daba disgustos y parecía acabada para este tipo de bares. Eran los tiempos en los que se inauguraba la Punta de San Felipe, te aburrían con el límite de horarios, te caía una denuncia tras otra… nada más que te encontrabas trabas y más trabas, cero satisfacciones. Entonces decidí comprar un local para enfocarlo para la tarde y parte de la noche, en teoría hasta las dos de la madrugada. Y ahí nació el Flamenco, exactamente el 12 de junio del año 1996. Y nace con ese nombre por el arte y por el animal; me gustan las dos facetas”, relata adelantándose a una pregunta obligada.
Adolfo atiende a este periódico junto a su mujer, Cristina, y su hija. “Nos conocimos en el bar. Yo iba con mi gente, nos acabamos enamorando y mira ahora cómo estamos…”, apunta Cristina con brillo en los ojos. “Recuerdo que se llenó el primer día. Y la verdad es que ha sido muy productivo. He llegado a tener cuatro empleados a la vez y son muchas las personas que han trabajado de camareros en todos estos años”, interviene Adolfo huyendo de sentimentalismos.

Javier Lloret es uno de esos camareros que han dejado huella en el Flamenco. “Lo que iba a parecer un idilio de verano se convirtió en diez años de relación”, sentencia. “Definir el bar puede ser fácil y difícil a la vez. Fácil desde mi posición de empleado porque diría que era mi segunda casa y mi segunda familia. Y difícil desde el punto de vista de los amigos que pasaron por allí, ya que tendría que ser extenso para describir un lugar de encuentro excepcional como era el Flamenco; en el marco de nuestra playa Victoria, por su música, su gente, su punto diferente, su calidad humana, su amistad y fidelidad…..y todo esto en Cádiz, claro”, explica.
“El tipo de clientela era uno de los mayores encantos. Era dispar en cuanto a edad, estudios, ideologías, trabajos, estilos, estatus, lugares de origen, situación social y económica. Pero había una comunión entre todo el mundo, con un respeto y un amistad difícil de conseguir. En el Flamenco todos éramos amigos, era un pasaporte a la luna. Estaba la colonia universitaria, que se sacaban la carrera en el bar y luego celebraban sus doctorados en su Flamenco del alma. Y traían a sus parientes e incluso nos los presentaban, lo cual nos llenaba de orgullo. También los que denominamos guiritanos, que echaban el ancla en el bar el tiempo que estuvieran en Cádiz. Y los veraneantes, que no daban crédito a estar con una cervecita o un cafelito disfrutando en la terracita de la puesta de sol…. El Flamenco era como los puzzles: de 3 a 99 años”, resume con gracia.
Javier maldice la crisis económica: “Después de llevar desde los 17 años en la hostelería y de tener 44 años esto no lo he visto en mi vida. Antes las crisis eran para todos. Ahora sólo son para los pobres. Está desapareciendo la clase media y se hunden las más desfavorecidas. ‘Compare dígame usted por qué unos tienen pozos y otros tienen sed’, que cantaba la Lole…”.

Adolfo también pone el foco en la clientela que deja atrás. “He servido a más de una generación. He servido a padres, a sus primeros hijos… y a los próximos hijos ya no los pienso emborrachar”, ironiza pasando página, capítulo e historia. “No ha sido un bar fácil, ha habido gente complicada que, digamos, se ha acabado reinsertando en los valores fundamentales. Y no quiero dejar pasar la oportunidad de acordarme de todos los que hicieron posible que el Flamenco fuera lo que ha sido, especialmente de mi amigo Kuki. Dar las gracias a los que han ido diseñando el local: Vicente Esteban, Jesús Cotilla Coti y Manuel Piulestán. Y agradecer a los vecinos lo bien que se han portado con nosotros. A Lucas y Begoña, los nuevos dueños, les deseo toda la suerte del mundo. Ojalá les vaya al menos la mitad de bien que me ha ido a mí”, concluye Adolfo Barra poniendo la cara de un poema, de un precioso poema con el flamenco, arte y animal, como gran protagonista.




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